El arte de ser feliz


  
Amada hija, cada noche repetimos la vieja bendición de mi infancia  “Que Dios te bendiga, te ampare te favorezca… y te guarde un buen marido” además de nuestra versión libre del Ángel de La Guarda. La verdad es que sujetar la propia felicidad a la lotería de un buen marido, la suerte, el destino o el favor de los ángeles es una soberana tontería, porque sería disminuir tu responsabilidad de ser la creadora de tu experiencia de vida. No puedo escribirle una carta al futuro para que te trate bien y dibuje todos tus sueños, pero puedo compartir contigo algo sobre el arte de ser feliz.
Una vez en uno de esos azarosos viajes donde se reúnen una variedad de tíos y una docena de primos, descubrí la diferencia entre hacer de la vida un drama o una deliciosa aventura. Íbamos a pasar vacaciones en Margarita y el ferry, como suele suceder, había sobrevendido pasajes y quedamos varados en el muelle para esperar el  barco del día siguiente. Ante la duda de perder el puesto seguro o llevar la tropa familiar a un hotel, los mayores decidieron amanecer frente al mar. Algunos se enfrascaron en rosarios de quejas, inútiles reclamos y el infaltable  “te lo dije…”. Mi tío Orlando con su mirada eternamente pícara, se acomodó sobre el capó de su carro como si estuviera en un palco de ópera dispuesto a pasar una noche fabulosa. Puso una cavita a su lado, se sirvió un trago y al rato había logrado que nos sumergiéramos en una feroz competencia para ver quien lograba contar mas ratas entra las piedras. Entre historias y risas contamos ratas, estrellas fugaces y cangrejos. Creo que también aprendí el arte de escuchar de él, pues tenía la singular habilidad de hacer sentir su interés profundo y genuino por lo que cada quien, sin importar edad, decía y sentía. Tal vez en lo único que era poco tolerante era en atorarse con la autocompasión o los jueguitos de víctimas. Entre chistes y comentarios aciditos te sacudía para que te hicieras cargo tú mismo de lo que te causaba malestar o tristeza.
El tío Orlando era profesor universitario y siempre sorteaba los bajones económicos con un derroche de creatividad y buen humor. Algunas temporadas se redondeaban haciendo hermosos utensilios de madera que mi tía decoraba, pero lo que sea que estuviera haciendo era una fiesta a la que todos estábamos invitados.  Si no había dinero para viajar inventaba su propio spa casero con una manguera suspendida en lo alto del patio trasero y si no había cine teníamos las tertulias con películas super 8. Nos ofrecía llevarnos al mejor restaurant del mundo y nos lanzábamos a la aventura de conocer el famoso “Indian Place”, alguna taguarita de empanadas en el mercado indígena. No era un hombre rico, no viajaba fuera del país para comprar cosas de marca, pero podía hacer del comprar franelillas chinas el invento mas elegante del siglo. No era un hombre que se conformaba con cualquier cosa, simplemente era un hombre capaz de hacer que cualquier cosa brillara de forma insospechada. Hacía rocas lunares de los guijarros porque su mirada les daba vida. Aprendí con él que la felicidad es una elección y es una actitud ante la vida. No se trata de que pasen cosas buenas, sino de que lo que sea que pase tú le des un nuevo significado que te aporte sabiduría, ese es el arte de ser feliz. Y eso sólo puede ocurrir en el momento presente. No sufras por lo que fue o pudo haber sido, ni temas por lo que pueda pasar o dejar de pasar; mejor ocúpate en este instante de hacer de tu vida un descubrimiento continuo, siempre con el asombro y la alegre picardía de tu mirada de niña.

Tibaire Gonzàlez

Comentarios

  1. wow...no se como ni el por que llegue hasta lo que si se es que fue lindo el llegar

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Estàs cultivando la sensualidad de tu relaciòn?

La maravilla de ser mujer

Mamuchi