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Si me amas... no me preguntes ¿Por qué?

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Qué de malo o que atente contra el amor podría tener el hecho de preguntar ¿por qué? Preguntar por qué entre adultos pareciera algo normal e inofensivo, ¿pero alguna vez se han encontrado en la irritante situación en la que la pareja o el amigo se llena de “por qué” cuestionadores y críticos? Ya saben como suena: ¿Y por qué dejaste esto aquí? ¿Por qué hiciste esto de esa manera?   ¿Por qué dejas los vasos volteados hacia arriba? ¿Por qué no le dijiste como te dije? ¿Por qué no me preguntaste? ¿Por qué no me haces caso? y la lista se extiende infinitamente cuestionando lo que un adulto hace, siente, dice o piensa. Si a las preguntas les sumamos un gesto amargo y un tonito descalificador, se transforma en una invitación a la discusión, pero sobre todo crea un ambiente tenso e irritante en el cual se va perdiendo la espontaneidad. Cada persona tiene un estilo de resolver situaciones, una forma de lavar los platos u ordenar la casa, una forma de pensar, una forma de manejar sus re