Le entregué todo... y no sirvió de nada

¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho frases como estas? “Le di todo de mí y no sirvió de nada”, “le entregué mi vida y para nada”, “si vuelvo a estar con alguien me cuidaré de no dar tanto de mí”. El calificativo de NADA refiriéndonos a una experiencia compartida con otro ser usualmente quiere decir que hubo una separación y al parecer se asume que si termina una relación eso quiere decir fracaso y que no sirvió de nada. El contexto es muy variado para ese pensamiento, desde un corto noviazgo a muchos años de matrimonio. A veces, somos nosotros quienes  nos damos cuenta de que una relación se ha vuelto insana o tóxica, asumimos que no queremos una vida de conflicto o sin reciprocidad en el amor, la fidelidad, el respeto, la autonomía o la expansión personal y decidimos terminar; incluso a pesar de amar aún al otro. Puede ser que la pareja simplemente dejó de amarnos y se enamora de otra persona. Muchas veces una relación se apaga en la rutina, donde descuidamos la pasión, el buen humor, los detalles y la comunicación, para convertirse en una confortable pareja administrativa parental. ¿Han pensado alguna vez en lo que significa decir que no sirvió de nada o que fue en vano o una pérdida de tiempo la experiencia compartida? En primer lugar estamos asumiendo que la permanencia en una relación o llegar a ese misterioso puerto final (que no nos tomamos la molestia de definir) juntos es lo que le da el valor al tiempo compartido o da el sentido de un éxito. En segundo lugar desvalorizamos en la rabia o el dolor lo que nos permitimos experimentar; peor aún, sin la más mínima reflexión sobre el por qué nos brindamos esa experiencia y qué aprendimos de nosotros mismos. Consciente, o casi siempre inconscientemente, elegimos entre muchas posibilidades una persona porque repetimos patrones de relación aprendidos del pasado; porque arrastramos algún fantasma en el que queremos reparar o componer aspectos propios o del otro; porque queremos ser salvadores, víctimas o victimarios. Son tantas las razones que nos impulsan a compartir el camino con alguien en particular, son simplemente experiencias que pueden aportarnos autoconocimiento; pero, sólo si estamos alertas para explorar: en qué andamos, qué estamos buscando aprender con esa persona, que queremos resolver, de qué necesitamos darnos cuenta. El darse cuenta no se trata de buscar defectos en uno o en el otro sino, más bien, de comprendernos y entender de qué se trata ese juego en particular. Terrible es tener un libro sin capítulos llenos de líneas que dibujen nuestro tránsito por esta vida y más terrible aún es querer arrancar las páginas vividas sin reflexión y con un simple “no sirvió de nada”.
El otro punto es pensar que me voy a dar menos en el futuro, no amaré tanto, no me entregaré tanto, tendré menos detalles por si acaso tampoco “sirve de nada”. En resumen, ¿seré menos de lo que soy y he aprendido para la próxima relación? ¡Wao, eso sí es triste! Si cada día que vivo, si cada experiencia que ME DOY me hace más consciente de quien soy, más sabio o profundo… ¿Cómo rayos voy a ser mediocre o dar menos amor para la siguiente vez? ¿Por miedo? Por aferrarme a un papel de víctima de la suerte, el karma, el destino, etc. ¿Voy a hacer generalizaciones sobre los hombres o las mujeres? Voy a cargar a la próxima pareja con mi pasado. ¡Cielos NO!  Puedo mirar hacia atrás para revisar lo que aprendí de una relación, con la más profunda aceptación de que yo soy el responsable de mis creaciones, de los senderos que elijo transitar. Éso me empodera, me da autoconocimiento y me permite extraer el jugo a cada experiencia de vida. Honro y respeto cada página vivida, no hago tachones en las líneas dolorosas. Y para la próxima relación tendré el brillo y la profundidad que expande mi ser. Amaré con más pasión y sabiduría… se los aseguro.
Tibaire González
Psiquiatra Psicoterapeuta

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