El Juzgón


 El superyó es una de las instancias de la personalidad descrita por Freud, cuya función es comparable a la de un censor o juez interno. Se forma por la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales, convirtiéndose en nuestra conciencia moral, la que nos dice lo que está bien o mal y lo que está proscrito. Además, incluye el ideal de lo que deberíamos ser. Es decir, cumple la función de juez y de modelo o ideal de nuestra conducta. Este censor interno tiene aspectos conscientes e inconscientes, por lo que muchas veces no nos damos cuenta de cómo nos mueve y nos afecta.

Esta instancia censora necesaria puede transformarse en un Juzgón persecutorio que te acosa con exigencias inalcanzables. Nada de lo que haces parece ser suficiente porque la voz del juzgón te susurra que no eres bueno, que eres insuficiente, que eres un impostor, un fraude y que otros se van a dar cuenta. Comienzas a sentirte culpable, avergonzado y lleno de ansiedad, percibiendo las personas a tu alrededor con miradas de juicio por tus imaginarias faltas. Tratas de defenderte de esa sombra que se cierne por encima de ti, impidiéndote disfrutar de tu vida y de las cosas que haces. Te atrapa en un laberinto argumentando con el Juzgón, defendiéndote en un agotador juicio imaginario dentro de tu mente.

¿Qué hacer con el Juzgón?

Podemos hacer un viaje por el pasado para revisar cómo fue la relación con nuestros padres, tal vez sentimos que su amor era condicionado a nuestros logros, tal vez fueron muy exigentes o sus expectativas eran muy grandes. Podemos revisar qué mensajes grabamos sobre nuestro valor, sobre sentirnos dignos de amor. Revisamos en pasado y presente qué mensajes recibimos de nuestro entorno social, que tal vez nos presiona sin darnos cuenta con ideas de lo que es ser exitoso. También podríamos identificar rasgos en nuestra personalidad como ser excesivamente autoexigentes, críticos y perfeccionistas. Se trata de entender cómo se ha estructurado nuestro juzgón, no de alimentarlo con un análisis interminable. Una vez que identificamos ese aspecto interno vas a detener la argumentación con el juzgón; sencillamente porque al hacerlo te succiona hacia esos espacios llenos de ansiedad, tristeza, culpa y miedo en el que te percibes inadecuado o insuficiente. Lo ves y le dices con firmeza: Basta, no me lo permito. Es un aspecto tuyo, sólo tú puedes modificarlo o contenerlo. Luego, revisas la situación en la que se presenta, respiras profundo y te paras en el amor por ti mismo. Puedes tratar de hacer lo mejor que puedas en cada circunstancia, sea trabajo, una relación una creación… y éso es suficiente. Te sales de expectativas irrealistas, de comparaciones, de la imaginaria mirada del otro en juicio o crítica. No puedes mas que hacer lo mejor que puedes y amarte en ese instante.

Muchos me dirán que es muy difícil, que siempre regresa, que es agotador, que nunca se calla, que sienten la mirada descalificadora de su juzgón persiguiéndoles hasta en el baño. El amor es el camino de sanación y autorrealización y, como cualquier camino, requiere la repetición de los pasos para poder recorrerlo y llegar a donde quieres. Identificas al Juzgón, le dices basta, no me lo permito; te paras en el amor por ti mismo, eliges lo que quieres hacer, haces lo mejor que puedes y eso es suficiente. Una y otra vez repites esa secuencia hasta que se vuelva tu forma natural de ser.

Tibaire Cristina Gonzalez

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