Pareja y emigración

La vida es un maravilloso viaje y estar en pareja es compartir esa aventura, pero ¿Qué pasa cuando además compartimos el reto de emigrar juntos?

Emigrar es un proceso complejo, que aún en las mejores condiciones, es una demanda sobre nuestros recursos adaptativos y de elaboración del duelo por lo que se deja atrás. Unos emigran por el deseo de crecer y explorar otras tierras, con la libertad de volver a visitar a sus seres queridos y la patria de origen; otros emigran forzados por duras circunstancias políticas o económicas. Quisiera compartir como emigrante algunas herramientas para facilitar ese proceso.

Lo primero es individualizar las circunstancias en las que ocurre la migración. No es lo mismo hacerlo en las penosas condiciones que describe el Síndrome de Ulises, en las que se afronta un viaje peligroso, se deja atrás pareja o hijos, se carece de apoyo o status de inmigrante legal, expuesto a toda clase de privaciones y abusos; que emigrar legalmente, con ciertos recursos económicos y acceso a trabajo digno. A pesar de la preocupación por proveer no sólo para uno mismo sino para un grupo familiar, puede ser mas fácil emigrar acompañado, en el sentido de que contamos con otros para compartir nuestras angustias, tristeza por lo dejado atrás, incertidumbre si estamos en el proceso de solicitar asilo o residencia, y también para afrontar la parte práctica en cuanto a compartir labores y gastos.

Si asumimos la vida como un viaje, estar en pareja es ser compañeros de viaje. ¿Alguna vez han ido de excursión con alguien que se queja de todo, que critica las personas o a las costumbres de los lugares a los que llegan, se la pasa añorando estar de regreso, se siente culpable por estar disfrutando o los culpa por “arrastrarlos” a esa experiencia? Es fácil resumir algunas sugerencias teniendo en mente esa imagen:

Primero, cada uno es responsable por participar en esa aventura, elegida o forzada por las circunstancias del país de origen. Si decidimos arriesgarnos por un sueño de libertad, seguridad, desarrollo personal, por seguir a la pareja o simplemente para poder vivir en un país donde el propio trabajo se transforma en merecido bienestar; cada uno es responsable de su propia decisión. Es absurdo y pesado en una relación, que ya afronta la demanda de adaptarse a otra tierra, sobrecargar al otro con el peso de nuestras elecciones o frustraciones. Igualmente es injusto sumar a la incertidumbre de lograr la aprobación de asilo o residencia, la angustia de la amenaza de interrumpir un trámite en pareja por divorcio o abandono.

Segundo, cada uno es responsable de encontrar su camino de satisfacción personal o de “reinventarse”. Cuando emigramos dejamos atrás profesiones, trabajos o posesiones que nos definían y posiblemente alguno de los dos tenga mayor facilidad inicialmente para insertarse laboralmente o en actividades sociales, sea por características de personalidad, formación o por la exigencia temporal de posponer deseos personales para cuidar de hijos o padres. Si cada uno está asumiendo su parte de ese trabajo de equipo, no ayuda culpar al otro porque aún no logramos encontrar una forma de desarrollar nuestros potenciales y sueños. Es importante en ese momento en el que tal vez tenemos trabajos o status diferentes a lo que acostumbrábamos, admirarnos mutuamente y agradecernos el esfuerzo que cada uno hace. Es eso lo que le da sentido a lo que sacrificamos en esa elección de salvar a nuestros hijos y nuestro futuro.

Tercero, la nostalgia, es un sentimiento agridulce que nos trae recuerdos de nuestro origen, de vivencias, de olores y sabores familiares, pero sobre todo de afectos que dejamos atrás. Podemos darnos espacio para recordar, para sentir añoranza o tristeza y para mantener la comunicación; pero, no nos ayuda quedarnos divididos con el corazón en el pasado y el cuerpo en el presente. Tampoco nos ayuda sobrecargarnos económicamente para sostener a los que quedan atrás. La culpa inútil puede instalarse como peso muerto sobre la carreta que ambos empujamos, llevando a absurdas recriminaciones y dificultad para disfrutar del presente. Es preferible acordar con sentido común cómo y cuánto aportaremos para ayudar a otros, honrando la experiencia que cada ser explora.

Cuarto, afuera está un mundo nuevo por conocer, al cual adaptarnos, donde trabajar y desarrollar nuevos sueños; un mundo que puede resultar difícil, que tal vez sentimos nos sobrepasa y que no podemos controlar. Adentro, en la intimidad que compartimos, está el mundo que depende de nuestra elección de conductas. Puedo descargar todas mis frustraciones, temores y tristezas en mi cueva, maltratando con mi verbo y acciones a los que comparten ese espacio… o puedo transformarlo en un lugar seguro, amoroso y que contiene nuestras emociones. Es tan simple como usar la cortesía, la palabra gentil, la admiración, el agradecimiento, el buen humor y la ternura con mi compañero de viaje.

Por último, el amor incluye no se divide. No te atrapes en lo que eras o de donde vienes, no necesitas renunciar a tu pasado; pero, puedes incluir y abrazar nuevas tierras, personas, costumbres y sabores. La vida es constante flujo, transformación y exploración de nuevos aspectos de ti mismo y del mundo que te rodea… disfruta el Viaje y al compañero con quien lo compartes.

 

Tibaire Cristina González

 

 

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