Amores Perrunos 1 (Diciembre 2017): Aegon

Nuevamente estoy enamorada... Eso quiere decir que se acabó mi espacio de confort, mi libertad y mi tiempo libre.

 Inmigrante, desconectada de mi trabajo, de mis pacientes, de mi ambiente académico, de la familia y amigos... me queda un inmenso exceso de energía por compartir. Tal vez por eso, desde hace algún tiempo expreso que quiero un perrito, un ser amoroso que necesite de mí y que exprese el afecto en mi estilo... o el estilo perruno, es decir incondicional. Pasar de un anhelo o de un sueño a la realidad tiene un puente activo que cruzar.

Vivo en un pequeño apartamento en un conjunto residencial junto a un hermoso lago y como ahora tengo tiempo libre, pues lo tengo obsesivamente impecable. Mi anhelo de dar se estrellaba con la fría cotidianidad de un país extraño y una hija tranquila, pero naturalmente ausente en el mundo virtual de los adolescentes; así que la fantasía del perrito crecía. Un día, con el apoyo de mi sobrina, terminé en el refugio de animales del condado, buscando un perro para adoptar. Como el amor es imprevisible, el rayo me alcanzó en la tercera jaula y me detuvo ante un gigante gris que saltó juguetón a lamerme la mano. Mi sentido común me dijo que debía ver a los demás perros, buscar uno más pequeño o definitivamente salir corriendo de allí para conservar mi impecable tranquilidad. Sin embargo, el amor y el sentido común históricamente no han sido los mejores amigos. Contra toda lógica salí del refugio con mi nuevo hijo, muy parecido a un pitbull, aunque tal vez para facilitar su adopción su tarjeta decía mestizo de raza grande. A pesar de su aspecto fiero y musculoso... en realidad el pobre estaba en un terrible estado de pánico al salir del espacio cerrado. Aferrado al piso como una garrapata gigante, tuve que arrastrarlo hasta montarlo en el automóvil. Imagino que su anterior dueño lo tenía encerrado y no estaba acostumbrado a ver espacios abiertos. A pesar de su terror y mis graciosos esfuerzos por arrastrarlo fuera de su cárcel, jamás trató de morderme ni emitió gruñido alguno.

Fue realmente una odisea sus primeros paseos fuera del apartamento, lo que sorprendentemente llevó a mis silenciosos vecinos a interactuar socialmente. Es increíble como la presencia de un perro tiende un puente entre las personas. Mas allá del lacónico "Hi", por primera vez mis vecinos se interesaron en hablarme y ofrecerme ideas para hacer bajar por las escaleras a mi temeroso gigante gris.

Mis amigos se acercaron esa noche para conocer a mi bebé. El padre de mi hija con su estilo muy optimista me dio la bienvenida a la esclavitud y le dio una semana... no sé si al perro en mi casa o a la supervivencia de mis sofás de cuero que aún no termino de pagar. Mi madre con su habitual sentido común cuestionaba la pérdida de mi comodidad y de la libertad para salir cuando quisiera, sin la preocupación de un perro; además me preguntaba qué haría con el incómodo huésped... si apareciera un amor con dos patas en mi vida.

Luego de dos días en mi ex impecable apartamento, mi hijo adoptivo comenzó a comprender que era mejor hacer sus inmensas necesidades afuera. Por supuesto eso implicaba sacarlo a pasear casi diez veces al día. En la noche me preguntaba si realmente había sido una locura adoptar un perro, y en lo imposible que resultaría para mi traicionar la mirada inocente de mi gigante gris, para devolverlo a la jaula de un refugio de perros, esperando la posibilidad de que lo durmieran si nadie lo adoptaba. Lamentablemente soy patológicamente fiel.

Pero es que el amor es así, inevitablemente te saca de tu espacio de confort para asumir el riesgo de ser la necesidad de otro, pero también su objeto de amor. Mi ex ve la esclavitud de limpiar, de pasear a mi niño inmenso y a mis lindos sofás de cuero en peligro. Mi madre imagina mi dificultad para viajar con un futuro pretendiente... Yo veo a mi gigante gris que me ha obligado a ver el amanecer en pijama para evitar que me ensucie la sala. Yo veo a un compañero con el que recorro cada sendero alrededor del lago sin temor a un caimán u otro animal. Juntos vemos la luna y cielos estrellados caminando, sintiendo los aromas y sonidos de la noche. ¿Cómo describir esos instantes de maravillosa soledad en la naturaleza, con mi amigable monstruo gris acompañándome? Recordándome quien soy en verdad.

Realmente me importan un comino los sofás y el piso de madera, cuando mi amoroso gigante me mira con esa inocencia negra de sus pupilas curiosas por cada gesto mío. Creo que se ríe del ambientador en spray y vuelve a babosearme, jugando con un viejo zapato o apresando mi mano entre dientes gentiles, para recordarme que solo tenemos el instante presente, compartido en amor incondicional.

Tibaire Cristina Gonzalez


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