Amores Perrunos 2 (Mayo 2018): “Nuevos amigos”
Hace casi seis meses escribí sobre mi pequeña locura de adoptar un pitbull ya adulto, viviendo en un pequeño apartamento. El padre de mi hija me dijo lapidariamente al visitarnos: “Bienvenida a la esclavitud” y pronosticó que no duraría mas de una semana, aunque tal vez se refería a mis sofás de cuero. Mi madre estaba preocupada por asuntos mas prácticos, según su perspectiva, como qué haría yo para viajar con un hipotético futuro pretendiente. Escribí en ese momento que mi compañero canino me había obligado a disfrutar de maravillosos instantes de soledad y naturaleza durante nuestros frecuentes paseos, además de facilitar el contacto con mis vecinos; pero como con todos los amores mágicos, me parece interesante contar qué pasó después del enamoramiento inicial.
Su presencia y las constantes caminatas abrieron la puerta a otros contactos inesperados. Cada mañana a la misma hora coincidíamos con un caballero, bastante mayor, que salía a caminar con una andadera. Poco a poco pasamos del amable “Good morning” a compartir una breve charla cada mañana, que se volvió muy importante para mí en esta nueva etapa de mi vida, algo solitaria. Veo a tantas personas maravillosas inmersas en la vorágine de actividades repetitivas para sobrevivir o presos en las estrechas celdas individuales sus vidas, que no se percatan de la importancia de poder establecer un verdadero contacto con otro ser humano. Tal vez ambos teníamos el tiempo, la sensibilidad del alma y la curiosidad, para permitirnos simplemente sentir realmente la presencia del otro. Mi amigo de las mañanas es un famoso trompetista que enseñaba y dirigía grandes bandas musicales para importantes figuras del entretenimiento. Poder sentarnos un rato a conversar sobre las flores, su música o nuestras vidas ilumina nuestras almas con ese breve compartir. Estamos tan atados a nuestra mente, diseñada para analizar y sobrevivir, que olvidamos que todo se trata de la experiencia de una conciencia inmanente, que solo quiere experimentar, expandirse, crear y compartir las experiencias de este viaje que nos estamos dando.
Mi gigante gris, en un mundo en el que no contaba con mis viejas herramientas para conectar con otros seres humanos, me sacó del apartamento para crear nuevos caminos de encuentro. Poco a poco los otros humanos perrunos a mi alrededor nos hemos ido conectando, pasando de las introductorias preguntas sobre nuestros amigos de cuatro patas a nuestras propias vidas. Ahora tenemos la pandilla del parque de perros y nos avisamos para poder coincidir para que nuestros niños corran, mientras compartimos fragmentos de nuestras vidas.
Tibaire Cristina Gonzalez
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