Amores perrunos 4: El amor humano

 

Hace mas de tres años adopté a Aegon Wildfire, un gigante gris y musculoso que había sido abandonado completamente calvo en un refugio de animales. Describí las peripecias de su adaptación inicial a mi pequeño e impecable apartamento y como su presencia me ayudó a conectar con el disfrute sensual de estar presente con todos mis sentidos y a conocer nuevos amigos, que hoy enriquecen mi vida con su presencia. No siempre ha sido fácil convivir con un pitbull mas fuerte que yo. Aprendí que un arnés en un perro así es como convertirse en un trineo humano… y después de ser arrastrada varias veces, entendí que un collar de entrenamiento y no distraerme con el celular es la única forma de pasearlo. Eso de estar presente y alerta no es un tema filosófico con Aegon, sino uno de supervivencia y de no perder la compostura.

 Mi madre estaba preocupada de que el perro fuera una limitación si tenía algún futuro pretendiente, pero jamás imaginó que fuera tan complicado como resultó en realidad.

El amor llega de formas inesperadas, pero si tu corazón está abierto, dejas las viejas heridas atrás y vuelves a lanzarte al vacío confiando sólo en tu capacidad de elegir el amor y la vida… la magia mayor ocurre. Es así como un día nos cruzamos brevemente por internet, nos arriesgamos a una cita y comenzó una romántica historia… hasta que él conoció a Aegon. Un hombre maravilloso, lleno de vida, sensible, musical, inteligente, pero que nunca había tenido perros, un gatuno por naturaleza; además, extremadamente ordenado y obsesivo con la limpieza… súbitamente expuesto a mi intensamente emocional Aegon. Tal vez por su historia pasada, que desconozco, mi perro tiene un grave trastorno de ansiedad de separación. Cada vez que alguien llega a la casa salta de alegría y quiere acomodarse encima como un perrito faldero, pero si alguien trata de salir de la casa entra en pánico y es capaz de comerse una aspiradora o partir de un mordisco una escoba. En las primeras visitas de mi amado se comió sus costosos lentes, su tarjeta de crédito y tres controles de televisión, además de rasguñarlo con sus inmensas uñas. A pesar sus mejores intenciones de congeniar con mi pequeño monstruo, a los pocos meses mi novio me planteó muy seriamente que me amaba, pero que no podía imaginar a mi perro en su casa. ¿Imaginan el dilema entre el amor al hombre y el amor al perro? Una muy querida amiga no entendía mi predicamento: “Es un perro! Envenénalo”. Mi hija con su ácido sentido del humor me dijo: “córtale la cabeza, así va a tener la mitad del tamaño”. Por supuesto, sin contar con el: “Te lo dije!” de mi mamá.

 Pero el amor es una magia mayor, en la que sólo queda confiar. En algún momento le dije que trataría de encontrarle un hogar a mi perro loco; pero, no tengo la capacidad de ser desleal en el amor. El tiempo fue pasando hasta que un día me pidió que trajera a mi perro a su casa para que yo pudiera quedarme mas tiempo. Es increíble como el amor construye puentes sobre abismos que pensábamos insalvables. Yo sólo quería acordar un espacio en el patio y él pensó que mi pequeño gigante no sería capaz de estar solo en la oscuridad.

Mi querido amigo Ronnie, el trompetista, me obsequió unos de esos molestos juguetes para perros que hacen ruido cuando los muerden e inesperadamente encontramos la solución para las crisis de angustia de Aegon. Cada vez que alguien quiere salir sólo tenemos que darle un juguetito que sirve como un chupón tranquilizante. Es difícil imaginar a ese perrote de aspecto tan fiero, aferrado a su ruidoso minion. Además, su veterinario le prescribió un antidepresivo que lo ayuda a lidiar con la ansiedad.

Ahora Aegon tiene una cama en nuestra habitación a la que cada noche lleva su chupón ruidoso. Mi esposo se convirtió para él en el Alpha de la manada, por lo que lo sigue a donde sea que él se mueva, mientras yo sonrío feliz en el sillón, disfrutando de este amor perruno acogedor e incondicional que nos envuelve.

Tibaire Cristina Gonzalez


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