La verdad del otro
No es posible tomar decisiones y
complacer a todos. Hacer una
elección implica tomar un camino y dejar otro, no podemos tener todo y que
todos estén contentos con nuestras elecciones. Indudablemente todo el mundo
tiene derecho a llevar su vida como elija, caminar los senderos que quiera, afrontar
los problemas a su manera; pero elegir implica también asumir que los otros
tienen derecho a sentir o pensar diferente y que no podemos imponerles lo que quisiéramos
que sintieran o pensaran respecto a nuestras elecciones para sentirnos bien. En
ambos sentidos tiene que haber respeto a la individualidad y subjetividad del
otro, a eso me refiero con “la verdad del otro”.
En una situación familiar ofrecí un tipo de apoyo indirecto a alguien
muy querido con la mejor intención. Mi ofrecimiento fue declinado y sentí gran
frustración por no poder estar presente, acompañando y apoyando de forma
práctica como siempre lo había podido hacer. Aunque en ningún
momento quise nombrar mi emoción y expresé con absoluta claridad que lo que yo
sintiera era mi asunto y mi derecho, que honraba su decisión y que en ningún
momento dije que “debería” hacer lo
que yo sugería; se generó una situación muy incómoda porque mi familiar
insistía en que yo “no debería” sentirme
mal si no aceptaba mi ofrecimiento, porque eso era irrespetar su decisión.
Un ejemplo de esta situación es cuando declinamos la propuesta de un
pretendiente que nos ofrece su amor o cuando se produce la ruptura de una
relación. Por supuesto que cada persona tiene el derecho de decir que no a un
pretendiente si no siente lo mismo o a terminar una relación si se agotó el amor.
Por supuesto que no sería adecuado que la persona rechazada tratara de forzar la
situación e imponer lo que desea, eso sería además de irrespetuoso, muy poco
amoroso con el otro y con uno mismo. ¿Pero, además de rechazarlo pretenderías
imponerle cómo debe sentirse?
Podemos sentir cualquier tipo de emoción ante una situación, pero como
adultos somos responsables de lo que sentimos y también de su adecuada
expresión. En mi situación personal insistía circularmente repitiendo las
preguntas: ¿He dicho alguna palabra desagradable? ¿He levantado la voz? ¿He
dicho en algún momento que deberías hacer otra cosa? ¿He dicho que voy a hacer
algo diferente a lo que deseas? Y
volvíamos al reclamo de que si yo no estaba contenta en ese momento era una
falta de respeto a su decisión. Asumir el derecho a tomar decisiones, implica
asumir que los demás pueden no estar de acuerdo o no sentirse contentos y que
eso no quiere decir que irrespeten una decisión, sólo que no tenemos que
complacer a todo el mundo todo el tiempo.
Ciertamente hay personas que utilizan las emociones para manipular y
tratar de imponer su criterio o deseo a otro. ¿Cómo diferenciar la manipulación
del derecho del otro a no estar de acuerdo?
Lo primero a revisar es la
insistencia en imponer un criterio a
otro adulto. Discutir repetidas veces, peor aún usando la frase Tú tienes que…
o Tú deberías… es una falta de respeto. Adulto no le dice a adulto lo que
debería hacer. Puede, si se lo permiten, sugerir revisar lo que le parece una
buena opción, pero sin insistir.
Lo segundo es la intencionalidad con
la que expreso la emoción. Si
percibes que el otro está haciendo un drama de sus emociones para imponer lo
que desea, eso es una manipulación, un ejemplo sería: “Si no regresas con tu
esposo me voy a morir de tristeza, tú me estás matando”. Muy diferente a decir
que me entristece una decisión, pero que respeto la decisión.
Lo que cada uno piensa o siente es su derecho y su responsabilidad, lo
que me comunica de su mundo interno, si desea hacerlo, es “la verdad del otro”.
No puedo imponerle cómo debería sentirse o pensar para yo sentirme bien, al
igual que no me permito que me impongan cómo sentirme, pensar o actuar.
Tibaire Cristina González
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