Sentirse víctima
Una amiga me pidió que
hablara sobre “La victimización del inmigrante” porque su pareja la acusaba de actuar
como una víctima por ser inmigrante, pues al parecer ella tiende a sentirse muy
afectada y desconfiada por palabras o comportamientos que atribuyen a
diferencias de sus culturas de origen. Casualmente conversaba hace poco con
personas muy queridas quienes afirmaban “la gente en este país es muy cerrada, son
duros en su trato y racista”. Estoy hablando de chicas hermosas, cultas, de buen
nivel económico y de la raza mayoritaria en este país, y yo estaba sorprendida
porque no imaginaba que encontraran tan difícil relacionarse con la gente del
hermoso país que las acogía. No ha sido esa mi experiencia, aunque es posible
en cualquier lugar del mundo tener un encuentro con alguien malhumorado, descortés
o hasta patán; usualmente me encuentro con personas amables, que desean
establecer contacto y me ha sido muy fácil hacer amistades significativas sin
importar el país de origen. Mi esposo es norteamericano y como cualquier otra pareja
hemos tenido que ajustarnos a diferencias en costumbres, historia personal,
formas de manejar las relaciones sociales, comidas y hasta la forma de vestir.
Pensé por un momento, ¿será que soy yo la que está mal y disociada de la
realidad? ¿Será que estoy poseída por el espíritu de Heidy… o peor aún mi
pequeño Pony?
Cuando alguien te dice
que estás en una actitud de víctima… molesta y desagrada, se percibe como una
crítica y una desvalorización de lo que estás sufriendo. Si te dicen “Heidy
disociada” tal vez no molesta tanto, porque estás automáticamente incluido en
el grupo de optimistas que ven el “vaso medio lleno”, aunque en el fondo te
están acusando de ingenuidad y de tener un patológico exceso de alegría al
percibir tu entorno.
No deseo
circunscribirme a la situación de ser inmigrante, pues el sentirte víctima no
se limita a cambios de fronteras y atiendo a personas en toda clase de
situaciones externas o internas difíciles.
Esta semana conversaba con un venezolano ejerciendo su profesión de forma muy exitosa,
pero atrapado en un terrible malestar con el ambiente afectivo laboral, el cual
percibía como hostil, hipócrita y descalificador con los nuevos e inexpertos, sintiéndose
además muy molesto porque habían despedido a otros… sin darse cuenta de que
simplemente no se estaba permitiendo su propios logros. También veía a una
chica profesional y talentosa, laborando sub pagada en labores manuales por no
tener aún permiso de trabajo, que comenzaba a sentirse tan cómoda consigo misma
y que sorprendida se daba cuenta de cómo, en el pasado, no había podido
disfrutar de muchos momentos. Estoy segura de que muchos de nosotros, si vemos
hacia atrás nos preguntamos por qué nos sentíamos inseguros y menos atractivos en
el pasado.
No es la gravedad o la
realidad de la circunstancia que vivimos los que nos convierte en víctima. Es
la percepción interna que tienes de ti mismo y de la situación en la que estás,
lo que te atrapa en un juego mental desgastante que te disminuye y te impide
disfrutar la vida.
Absolutamente todos
hemos enfrentado momentos en nuestras vidas en las que nos hemos sentido
víctimas de abusos, negligencias, de falta de reciprocidad, de amor o
reconocimiento… incluyéndome. Oh sí, tengo montones de viejas poesías llenas de
lamentos por desamores, tiempos difíciles o crisis existenciales. Todos hemos
tenido la experiencia de sentirnos insuficientes, avergonzados, inadecuados, no
merecedores o indignos… y hemos culpado a otros, al pasado, a los padres, a
situaciones que experimentamos, al destino, la vida, la suerte, al destino el
Karma o a Dios… o a nuestras imaginarias deficiencias.
El problema de
sentirte víctima es que te resta energía, terminas sintiéndote atrapado,
impotente, frustrado y a merced de otros o de circunstancias externas. Te
deprimes, te sientes desvalorizado y tratado con injusticia, lo que te llena de
dolor y rabia hacia el que consideras el abusador. Culpas a otros por tu
malestar e insatisfacción, para luego verte sumergido en incontables ejercicios
mentales para tratar liberarte de sanar esas heridas y perdonar a otros. Para
rematar, además te sientes culpable por no poder liberarte o perdonar
como quisieras. ¡Tremendo enredo!
Es más interesante
tratar de entender ese laberinto mental que te atrapa y buscar la salida de esa
actitud o percepción de ti mismo como víctimas, que estar perdonando al mundo. Si
yo me empodero y me hago responsable de la actitud con la que me estoy
percibiendo y al mundo, puedo aceptar que estoy en una situación externa
difícil, que no me estoy amando, que estoy en una relación en la que hay que
solucionar problemas o asumir que no es sano continuar; pero, no me vivo como
una víctima… sino como el capitán de mi barca.
Lo primero que necesito
hacer es revisar la situación en la que me estoy sintiendo víctima. Muchas
veces es la forma en la que estoy interpretando lo que pasa en el mundo lo que
me afecta y no los hechos en sí. A veces le estoy dando connotaciones personales
y afectivas o proyectando mis conflictos personales en situaciones que son
impersonales o simplemente son negocios. Otras veces estoy pretendiendo que otras
personas sean lo que no son o tengo expectativas irrealistas conmigo mismo o
con el mundo que me rodea. Muchas veces lo que pasa es que he olvidado estar
presente en mi propia vida y he ido cayendo en rutinas grises en las que me
desconecto del disfrute del presente, de mis sensaciones y de la vida que
resplandece constantemente en mi y en todo lo que me rodea y siento que estoy
desconectado de mi propia esencia.
Luego de entender un
poco lo que estoy experimentando, cómo y por qué lo estoy interpretando del
modo que lo hago y me hago responsable de lo que estoy viviendo como si fuera
un escenario que invité para darme cuenta de quien soy, de que estoy aquí, de
que existo; puedo plantearme qué quiero hacer con la situación que tengo, cómo
la quiero experimentar y hacia dónde quiero ir. Puedo elegir cambiar mi
escenario, puedo cambiar mis conductas, puedo elegir mi paisaje interno; lo que
no puedo hacer es forzar a otros a cambiar o a hacer lo que yo espero desde mis
lágrimas… porque el otro también es soberano de su experiencia.
Tibaire Cristina
Gonzalez
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