Incertidumbre
Los
venezolanos nos hemos acostumbrado tanto a la incertidumbre en estas dos
décadas de dictadura y destrucción de toda estructura de un país (legal, moral,
institucional, económica y política) que ya nos resulta natural vivir en la
falta de seguridad, en el miedo de lo que el mañana traerá. Inmigrantes
forzados por primera vez en nuestra historia, escapando de la agobiante
destrucción para salvar a nuestros hijos y a nosotros mismos, perdimos
propiedades, profesiones, negocios, familias y todo lo que definía nuestra
identidad; para lanzarnos a la incertidumbre y reinventarnos. Ahora la incertidumbre
se cierne ominosa sobre toda la tierra de la mano de la más minúscula criatura…
un virus.
Todos los
países, con economías y sistemas de salud fuertes o tan frágiles como la
venezolana, enfrentan la misma incertidumbre. Cada ser humano enfrenta los
mismos temores por su propia vida y la de sus seres queridos, por su
supervivencia económica y las de los que ama. ¿Qué hacer para afrontar esta
crisis?
Lo primero es
aceptar que no hay y nunca ha habido ninguna seguridad o certeza absoluta en la
experiencia de vivir. La naturaleza de la vida en esta densa dimensión 3D se
trata de haber olvidado nuestra esencia eterna, para adentrarnos en la
transitoriedad, la constante transformación, la vulnerabilidad y el fin de una
experiencia vida. Cuando finalmente aceptamos esa “realidad” comenzamos a
aprender a disfrutar del instante presente, reconociendo su transitoriedad y al
mismo… tiempo nuestra eternidad.
Lo segundo es
reconocer que tal vez no podemos controlar el futuro, pero podemos elegir como afrontar
e interpretar lo que pasa a nuestro alrededor. Podemos quedarnos atrapados en
el pantano de la tristeza, el drama o la expectativa temerosa, deshojando
posibilidades catastróficas o podemos elegir despegarnos de esos cuentos de
miedo que nos contamos. Pero ¿cómo salirnos de esa interpretación ansiosa del
presente o el futuro?
Recuerdo una
vieja película muy divertida “El Día de la Marmota”, en la que el personaje se
queda atrapado en un día que se repite una y otra vez de forma interminable.
Esa repetición le permite explorar miles de facetas de él mismo y de lo que
sucede a su alrededor. Se desespera, se aprovecha del conocimiento que adquiere
para controlar a otros, se deprime, se suicida muchas veces, desarrolla
habilidades artísticas, roba, se disfraza, cae en el mismo hueco varias veces;
y cada día da un reporte del clima, que va cambiando según su estado emocional
y de consciencia. Progresivamente comienza a interesarse realmente en las
personas a su alrededor, se vuelve mas compasivo mas genuino y amoroso consigo
mismo y con los otros. También entiende que a pesar de todos sus buenos
intentos de controlar lo que pasa en ese repetitivo día… también alguien muere,
porque simplemente cada uno va explorando sus propias experiencias de vida y
muerte. Finalmente comprende que todo está bien, y que la vida es sólo
un juego, una ilusión repetitiva que nos permite descubrirnos.
Cuando en
lugar de atraparnos en el drama nos centrarnos en nuestro aspecto inmanente y nos
elevamos un poco para ver los juegos y experiencias que nos damos en esa
horizontal humana, como espectadores de nuestro propio “Día de la Marmota” nos damos
cuenta de que todo está bien, todo aporta a nuestra autorrealización.
Podemos dejar de tomarnos todo tan en serio, podemos plantearnos elecciones
diferentes, podemos reírnos de los guiones que repetimos, explorar otros
potenciales o simplemente… relajarnos en la incertidumbre.
Tibaire
Cristina González
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