Duelo del inmigrante
Cada lunes me permito compartir ideas en una
pequeña charla en vivo por Facebook. Esta semana me solicitaron hablar sobre el
duelo de los inmigrantes y como pensaba hablar sobre la tristeza en general,
pues decidí comentar algo sobre ese duelo en particular. Al verme dudar para
escoger las palabras o evitar entrar en profundidades me doy cuenta de lo difícil
que a veces resulta hablar de lo que también nos toca el corazón. Incluso un
querido amigo me invitó a leer sobre el Síndrome de Ulises… como si fuera un
tema ajeno las vicisitudes de sentirnos lanzados a tierra y mares ajenos,
sometidos a diversos escollos y demandas en esa adaptación a una nueva vida.
Como venezolana, arrastrada como muchos en una migración
forzada para escapar de la violencia, el caos, la inenarrable destrucción de un
país, el desabastecimiento y la pérdida de los derechos fundamentales de todo
ser humano; he tenido que atender este duelo en los que partían, los que se
quedaban atrás y en mi propio entorno. Es un duelo complejo porque no solo
dejamos atrás la tierra llena de recuerdos, los amigos, la familia, lo logrado
profesionalmente, bienes, jardines y mascotas, sino también muchas veces la
labor que nos identificaba. A la tristeza de tantas separaciones se suma la
culpa por sentir que abandonamos a seres queridos o la lucha por defender
nuestro hogar. Recuerdo un par de poemas hace 3 años, en los que ayude a
elaborar los sentimientos de mi hija como parte de una tarea del colegio. En
uno dirigido a la Patria se resumía la ambigüedad de sentimientos hacia una
madre patria que se fragmenta como en nuestras angustias infantiles en una mala
mamá, la bruja que no puede contener ni proteger a sus hijos y termina devorándolos…
y la buena mama, fértil, amorosa, en la que crecimos y prosperamos. Lidiamos en
nuestro duelo con el amor, la rabia y la profunda frustración ante esa Madre
Patria que nos deja partir, inerte para defenderse y defendernos. En el otro mi
hija expresaba su conflicto al tener que elegir a sus 15 años quedarse conmigo
en Venezuela o partir con su padre a otro país.
Otro aspecto de este duelo es que no hay un
muerto, no cerramos un ataúd… el país sigue allí, estamos en contacto con su
gente, nos preocupa lo que les pasa, mantenemos viva la esperanza de que salga
de la oscuridad que lo apresa, soñamos con lugares, aromas y comidas. Soñamos
reencuentros, navidades y playas. A veces imaginamos el retorno, pero la
mayoría de las veces sabemos que ya no es posible. Es mas difícil afrontar el
cierre de una etapa con un país vivo que con un muerto enterrado.
Qué podemos hacer para
elaborar este duelo.
Cada historia es individual, es única en su
agregado de circunstancias, relaciones y razones. Para algunos es un viaje
realmente tortuoso, sin recursos, sin legalidad, lleno de incertidumbre,
zozobra y dificultades para sobrevivir. Para otros se facilita si es una
emigración legal, si cuenta con profesiones u oficios, idioma y recursos económicos
para afrontar el establecerse inicialmente en otro país. Además, cada ser humano tiene diferentes
capacidades o recursos internos para afrontar la adversidad y adaptarse
exitosamente. Varía el proceso de adaptación si se cuenta con una pareja o
núcleo familiar que brinde apoyo y contención, si el país al que se llega es acogedor
o intolerante con el inmigrante, según la edad, cultura, raza, religión… y así
se multiplican las variables que influyen en la elaboración de la adaptación a
una nueva tierra. Por eso no hay recetas que sirvan para todo el que afronta
emigrar y solo pretendo esbozar algunas recomendaciones que para mí han sido útiles:
1.
Poner
en contexto. A veces mirar una noche estrellada nos permite poner en un
contexto mas amplio nuestros pequeños dramas. Desde el principio de nuestra
historia los humanos nos hemos visto obligados a desplazarnos, sea buscando
alimento, por desastres naturales, cambios climáticos, huyendo de clanes mas agresivos,
de guerras y de tiranías. Nuestra propia historia no está aislada del devenir
de la humanidad y conocer como otros lucharon y afrontaron la necesidad de emigrar…
o escapar, puede ayudarnos a darle un sentido mas global.
2.
Darnos
alguna explicación filosófica. Cada uno debe buscar sus propias explicaciones
que dan sentido a lo que sucede a nuestro alrededor: acaso es una prueba para
desarrollar nuestras fortalezas, es algún karma, es el destino, es un proceso en
la evolución de la conciencia de masas… y si no tienes una respuesta el
plantear la pregunta sobre el por qué de las experiencias que nos toca vivir,
al menos ya abres la puerta a la reflexión y al autoconocimiento.
3.
Vivir
en el presente. Morimos muchas veces en una misma vida, es decir, cerramos
capítulos vividos para seguir adelante, porque la vida es constante cambio. Si
elegimos dejar la tierra conocida no podemos cargar un cofre lleno de recuerdos
y nostalgias por el pasado en el día a día. Ocasionalmente nos permitimos
repasar el recuerdo de etapas, lugares, personas y costumbres del pasado, pero
no puedo dejar que la añoranza empañe la maravilla de lo nuevo por vivir.
4.
El
hogar es donde está el corazón y si decidí dejar atrás todo por acompañar a una
pareja, a los hijos o a un sueño personal… no puedo confundir el hogar del
pasado con el hogar que estoy construyendo en presente. No estoy traicionando
al hogar del pasado al llamar así a mi nueva tierra, sólo me estoy enraizando
para darle solidez a la vida que crece y fructifica en mí.
5.
La
culpa es inútil si se transforma en inerte pantano de recriminaciones y
tristeza. Puedo permitirme sentirla por un rato, revisar si puedo hacer algo
práctico por alguien… pero si no es así, la suelto como inútil lastre en mi
viaje.
6.
Me
abro activamente a crear nuevos vínculos sociales, trato de conocer la
historia, lenguaje, costumbres de Mi nueva tierra, sin perder tiempo en
comparaciones con el cómo era en mi vieja tierra. No se trata de negar mi
cultura sino de integrar y ampliar mis horizontes internos.
7.
Le
doy un significado en mi propia historia personal en esta experiencia de
emigrar, lo convierte en una oportunidad de expansión personal, de autoconocimiento
y de enriquecimiento de las experiencias que mi alma se está brindando en este
viaje humano.
Un duelo es un proceso de adaptación ante una pérdida
significativa. Puede ser la muerte de un ser querido, de una relación, de un rol
que se desempeñaba o de un país de origen. Ante esa pérdida se movilizan
sentimientos fundamentales de vacío y pérdida, a los que se suman tristeza,
protesta, frustración y nostalgia. A diferencia de una depresión la emoción
típicamente viene en oleadas asociadas a pensamientos y recuerdos en relación
con la pérdida. Un duelo puede complicarse con depresión y trastornos de
ansiedad, en cuyo caso es necesario consultar un especialista de la salud
mental.
En un duelo normal, cuando lleguen esas oleadas
de tristeza permítete correr esas olas sin tratar de controlarlas, habla con
tus amigos o seres queridos; pero luego, sacude la tristeza y el pasado para
centrarte en tu elección de una nueva vida, soltando el drama, la culpa y las
cosas que no puedes cambiar, para hacerte cargo de tu presente.
Tibaire Cristina González
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