Si me amas... no me preguntes ¿Por qué?
Qué de malo o que
atente contra el amor podría tener el hecho de preguntar ¿por qué?
Preguntar por qué
entre adultos pareciera algo normal e inofensivo, ¿pero alguna vez se han
encontrado en la irritante situación en la que la pareja o el amigo se llena de
“por qué” cuestionadores y críticos? Ya saben como suena: ¿Y por qué dejaste
esto aquí? ¿Por qué hiciste esto de esa manera? ¿Por qué dejas los vasos volteados hacia
arriba? ¿Por qué no le dijiste como te dije? ¿Por qué no me preguntaste? ¿Por
qué no me haces caso? y la lista se extiende infinitamente cuestionando lo que
un adulto hace, siente, dice o piensa. Si a las preguntas les sumamos un gesto
amargo y un tonito descalificador, se transforma en una invitación a la
discusión, pero sobre todo crea un ambiente tenso e irritante en el cual se va
perdiendo la espontaneidad. Cada persona tiene un estilo de resolver
situaciones, una forma de lavar los platos u ordenar la casa, una forma de
pensar, una forma de manejar sus relaciones. Entre adultos debe existir ese
respeto a la individualidad y al criterio del otro, imprescindible para
mantener una relación de pareja sana, en la que estoy consciente de que el otro
no es una extensión de mi ser o una propiedad. Mi pareja no es un hijo o una
hija a la que tengo que regañar y enseñar para modelar su conducta.
Sé que todos podemos
imaginar o recordar situaciones en las que nos hemos sentido en lo correcto al
corregir al otro y que justificaría la necesidad del por qué regañón, y
seguramente también podemos visualizar claramente muchas situaciones en las que
nos hemos sentido demasiado cuestionados por nuestra pareja. El problema
radica, sobre todo a nivel de pareja, en que al tener confianza en la solidez
del vínculo que nos une, tendemos a bajar la guardia en cuanto al control de
nuestras emociones y el manejo del respeto y la cortesía. Es cierto eso de que
la confianza apesta. Quien se atrevería a llegar de visita a la casa de alguien
muy valorado y lanzarle con un desagradable gesto de contrariedad una palabrota
y un por qué dejó tal cosa en la sala? Sin embargo esta es una situación que a
veces se torna dolorosamente cotidiana en una familia. Como adulto soy
responsable de manejar mi mal humor, las molestias del día y el estrés para no
llegar derramando mi malestar o tensión sobre mi pareja o mis hijos. Como
adulto honro al otro adulto con el que convivo y asumo que precisamente por
adulto tiene su propio criterio para actuar de una forma u otra. Por supuesto,
puedo ocasionalmente hacer un reclamo respetuoso sobre algo preciso, del
presente y negociar una solución que sea satisfactoria para ambos. Si una
conducta me extraña o yo lo habría resuelto de otra manera, puedo preguntar ¿por
qué? pero es una pregunta que suena genuinamente de curiosidad, de verdadero
interés en entender como el otro se planteó resolver o hacer algo. No es ese
rosario quejoso, fastidioso y regañón que apaga las sonrisas, la sensualidad y
la espontaneidad.
El otro por qué que
lesiona una relación, es ese “por qué” con el tonito suspicaz de los celos. Es
el otro rosario negro de preguntas capciosas sobre: ¿por qué te llama esa
persona?, ¿Por qué tienes su número?, ¿Por qué esa compañera de trabajo te
manda un informe a esta hora?, ¿Por qué miras hacia esa mesa? y así se suman
preguntas que tratan de calmar la propia inseguridad maltratando e irrespetando
a la pareja. Tanto la pregunta con tono criticón como la de tono suspicaz,
cansan, irritan, irrespetan y maltratan la relación. Celo no protege de infidelidad,
pero si termina matando al amor como un cáncer y la crítica regañona es anti
afrodisíaca. Es mejor inversión cuidar que mi trato sea tolerante, respetuoso,
amable, con buen humor, lleno de caricias verbales y de piel. Sin duda, la
respuesta del compañero/a nos recompensará con esas mismas cualidades.
Tibaire González
Comentarios
Publicar un comentario